miércoles, 8 de noviembre de 2017

LOS HIJOS DE JACOB Y LA BENDICIÓN DE JOSE



JOSE                Hijo de Raquel
bendición de Jacob:
(Gén 49:22  Rama fructífera es José,  Rama fructífera junto a una fuente,  Cuyos vástagos se extienden sobre el muro.  
Gén 49:23  Le causaron amargura, Le asaetearon, Y le aborrecieron los arqueros;  Gén 49:24  Mas su arco se mantuvo poderoso,  Y los brazos de sus manos se fortalecieron  Por las manos del Fuerte de Jacob
 (Por el nombre del Pastor, la Roca de Israel),Gén 49:25  Por el Dios de tu padre, el cual te ayudará,  Por el Dios Omnipotente, el cual te bendecirá  Con bendiciones de los cielos de arriba,  Con bendiciones del abismo que está abajo,  Con bendiciones de los pechos y del vientre.  
Gén 49:26  Las bendiciones de tu padre  Fueron mayores que las bendiciones de mis progenitores;  Hasta el término de los collados eternos  Serán sobre la cabeza de José,
·        Y sobre la frente del que fue apartado de entre sus hermanos
Comentario:
A José se le concibe como un novillo vigoroso que hace frente a los arqueros y enemigos; en efecto, Efraím fue la tribu belicosa de Israel y la de mayor vigor nacional, siendo la impulsora de la defensa de las demás tribus contra los cananeos y madianitas 52.

Protegido por el Fuerte de Jacob y el Pastor-Roca de Israel, es decir, el Dios de los patriarcas, desbarata a sus enemigos (v.24)53. Aparte de este vigor físico defensivo, Dios le otorga su bendición para que su territorio sea feraz con lluvias abundantes (bendiciones del cielo arriba) y numerosas fuentes (bendiciones del abismo abajo, subterráneo, del que proceden las fuentes y pozos de agua corriente).

Además de la fertilidad de la tierra, Dios le dará muchos y prolíficos ganados (bendiciones del seno y de la matriz) y numerosa descendencia. Estas bendiciones otorgadas por Dios son muy superiores a la feracidad de las montañas y colinas eternas o antiguas. (v.26)54.

 El patriarca pide a Dios que todas estas bendiciones recaigan sobre la frente del príncipe de sus hermanos (v.27). José ha sido el elegido por Dios para salvar a su familia del hambre, y por ello es como el príncipe consagrado entre sus hermanos.

El hagiógrafo parece aludir a una cierta supremacía de la tribu de Efraím, que durante mucho tiempo fue el centro nervioso de las demás tribus. Por su riqueza y prestigio logró imponerse al resto de las tribus en la época difícil de los jueces. Y más tarde, después de la escisión del reino, Efraím será el centro político-religioso del reino cismático septentrional. Todas estas ideas parecen insinuarse en esta bendición bellísima puesta en labios de Jacob poco antes de morir.

Historia
José (o Iosef, en hebreo) fue el undécimo hijo de los doce que tuvo Jacob y fue a su vez ancestro de Efraín y Manasés. La madre de José fue Raquel.
 Jacob lo amaba más que sus otros hijos y ello produjo la envidia de sus hermanos. José tenía a su vez sueños en los que aparecía alzado por encima de éstos y prediciendo lo que iba a suceder en el futuro.
Por ser el favorito y quien Jacob quería que fuese su sucesor, el tercer patriarca hebreo le elaboró una túnica de colores que lo distinguía, hecho que enfureció aún más a sus hermanos, quienes buscaron entonces una ocasión para vengarse.
Un día sus hermanos llevaron a sus animales a pastar en un lugar lejano a sus tiendas. Al pasar el tiempo y ver que no regresaban, Jacob envió a José a buscarlos y verificar que se encontraban bien.
Sus hermanos, al ver desde lejos que venía José, planearon matarlo. Rubén, el mayor, intentó convencerlos de que no era buena idea. Pero cuando José llegó lo arrojaron a un pozo de agua vacío y lo tuvieron atrapado hasta decidir qué hacer con él.
Al día siguiente pasó por ese lugar una caravana de mercaderes que se dirigían a Egipto y los hermanos de José lo vendieron como esclavo. De regreso con Jacob, mintieron al patriarca diciendo que solo habían encontrado la túnica de José, la cual habían embebido en sangre de cordero para hacerle creer a Jacob que había sido atacado por un lobo, bestia que supuestamente lo había matado.
Jacob lloró la muerte de su querido hijo desconsoladamente. Así fue como José partió de Canaán para llegar luego a Egipto.

José en Egipto.

 Como en las historias anteriores, el autor sagrado quiere poner de relieve la especial providencia que Dios tiene de José, instrumento de misteriosos designios históricos en orden al pueblo elegido.

José, Mayordomo de Putifar (1-6).
1Entretanto, a José, que había sido llevado a Egipto y comprado a los ismaelitas por Putifar, ministro del faraón y jefe de la guardia, egipcio, 2le protegió Yahvé, siendo afortunado mientras estuvo en la casa de su señor el egipcio, 3el cual vio que Yahvé estaba con él, y que todo cuanto hacía, Yahvé lo hacía prosperar por su mano. 4Halló, pues, José gracia a los ojos de su señor, y le servía a él. 5Hízole mayordomo de su casa, y puso en su mano todo cuanto tenía. Bendijo Yahvé por José a la casa de Putifar, y derramó Yahvé su bendición sobre todo cuanto tenía en casa y en el campo, 6y él lo dejó todo en mano de José y no se cuidaba de nada, a no ser de lo que comía. Era José de hermosa presencia y bello rostro.

José fue vendido por los ismaelitas a un egipcio al que se le llama Putifar, eunuco o ministro del faraón y jefe de la guardia1.

Pero, en su nueva condición, José fue particularmente favorecido por Yahvé, que, lejos de abandonarle, le prodigó sus gracias hasta hacerle conquistar la simpatía y confianza total de su amo. El autor sagrado quiere mostrar cómo Yahvé sigue siendo el Dios de José en tierra extraña.

Le dotó de excepcionales aptitudes para todo, de modo que cuanto hacía prosperaba en sus manos. Así llegó a ser mayordomo en la administración de la casa; es el cargo llamado en egipcio mer-per y en árabe wekil. Estaba, pues, sobre todos los esclavos y servidores de la casa, y Dios bendijo la casa de Putifar en atención a José.

Era tan buen administrador y las cosas iban tan bien, que el amo no se cuidaba de nada, sino de lo que comía (v.6); locución proverbial para indicar la perfección con que José llevaba todos los detalles de la administración.

Castidad de José (7-18).
7Sucedió después de todo esto que la mujer de su señor puso en él sus ojos, y le dijo: “Acuéstate conmigo.” 8Rehusó él, diciendo a la mujer de su señor: “Cuando mi señor no me pide cuentas de nada de la casa y ha puesto en mi mano cuanto tiene, 9y no hay en esta casa nadie superior a mí, sin haberse reservado él nada fuera de ti, por ser su mujer, ¿voy a hacer yo una cosa tan mala y a pecar contra Dios?” 10Y como hablase ella a José un día y otro día, y ni la escuchase él, negándose a acostarse con ella y aun a estar con ella, 11un día que entró José en la casa para cumplir con su cargo y no había nadie en ella, 12le agarró por el manto, diciendo: “Acuéstate conmigo.”

Pero él, dejando en su mano el manto, huyó y se salió fuera. 13Viendo ella que había dejado el manto en sus manos y se había ido huyendo, 14se puso a gritar, llamando a las gentes de su casa, y les dijo a grandes voces: “Mirad, nos han traído a ese hebreo para que se burle de nosotros; ha entrado a mí para acostarse conmigo, 15 y cuando vio que yo alzaba mi voz para llamar, ha dejado su manto junto a mí y ha salido fuera.”

Dejó ella el manto de José cerca de sí, hasta que vino su señor a casa, 17y le habló así: “Ese siervo hebreo que nos has traído ha entrado a mí para burlarse de mí, 18y cuando vio que alzaba mi voz y llamaba, dejó junto a mí su manto y huyó fuera.”

Eran las costumbres de las mujeres de la alta clase egipcia bastante libres, y por eso no es extraño que una mujer liviana, acaso no bien atendida por su marido, ocupado en cargos oficiales y tal vez ausente muchas veces de su casa, se dejase llevar de la pasión por un joven que, aunque esclavo, era de “bella presencia” y ocupaba una posición distinguida, y su modo de conducirse mostraba no haberse criado en la esclavitud1.

En el “cuento de los dos hermanos,” novela del siglo XIII a.C. (dinastía XIX), se narra la historia de un joven que fue solicitado vanamente por su cuñada, y ésta, defraudada, le acusó para disculparse3. Es justamente el paralelo del relato bíblico. José resiste por virtud y fidelidad a su Dios (lo que prueba que las uniones fornicarias eran consideradas como pecaminosas ya en los textos más antiguos de la Biblia), y por fidelidad a su amo, correspondiendo a la confianza que le ha dado al ponerle al frente de todo, y reservándose sólo a su mujer (v.9).

Pero la mujer, ciega por la pasión, no sigue estos razonamientos, y un día, aprovechando que están solos en casa, le solicita descaradamente. El joven José sale, dejando en las manos de la seductora su manto, que ha de ser utilizado como prueba contra él (v.13). La reacción por parte de ella fue la normal en estos casos: el amor se tradujo en odio, y a gritos llamó a la servidumbre para declarar la felonía del “esclavo hebreo” (v.14). Quizá aquí hebreo tiene un sentido despectivo.

Al menos debía despertar en los siervos sometidos a José una sed de revancha, ya que les resultaba insoportable estar a las órdenes de un asiático seminómada, educado muy lejos del refinamiento de las ciudades egipcias. La seductora renovó la acusación calumniosa ante su marido, presentándose víctima de un atropello.

José en la Prisión (19-23).
19 Al oír su señor lo que le decía su mujer, esto y esto es lo que me ha hecho tu siervo, montó en cólera, 20y, tomando a José, le metió en la cárcel donde estaban encerrados los presos del rey, y allí en la cárcel quedó José. 21 Pero estaba Yahvé con José, y extendió sobre él su favor, haciéndole grato a los ojos del jefe de la cárcel, 22 que puso en su mano a todos los presos; y cuanto allí se hacía, era él quien lo hacía. 23De nada se cuidaba por sí el jefe de la cárcel, porque estaba Yahvé con José, y cuanto hacía éste, Dios lo llevaba a buen término.

El amo da fe a su mujer y manda encarcelar a José. No se dice nada de la defensa hecha por José. Como medida preventiva, se le envía a la cárcel con los otros presos del rey (v.20).

En el Código de Hammurabi, en las Leyes asirias y en las Leyes hititas no se menciona la prisión como castigo por un delito; pero Herodoto nos dice que en Tebas existía una prisión para los presos políticos.

Sin duda que en el Bajo Egipto existía otra similar en tiempos de José, y así el relato es verosímil. Extraña la lenidad de la pena, pero hemos de suponer que el faraón quería probar la conducta de José, y sobre todo debemos pensar en los designios providenciales divinos, que así ordenaban las cosas en vista de acontecimientos futuros.

Se dice en el Sal_19:15 que Dios no abandona al justo en la tribulación, y esto hace con José en la cárcel. Su conducta es tan ejemplar, que el carcelero le nombra lugarteniente suyo sobre los demás presos.

  1 “Putifar, eunuco del faraón, jefe de la guardia,” o de los “matarifes”), parece una glosa tomada Deu_37:28. — 2 He aquí cómo un egiptólogo eminente describe a la mujer egipcia de la alta sociedad: “Frivola, coqueta y caprichosa, incapaz de guardar un secreto, mentirosa y vengativa, infiel naturalmente; los novelistas y moralistas ven en ella la hierba de todos los pecados, el saco de todas las malicias”


José, Intérprete de Sueños.

1Sucedió después que, habiendo faltado contra su señor, el rey de Egipto, el copero y el repostero del rey, 2se encolerizó el faraón contra sus dos ministros, el jefe de los coperos y el jefe de los reposteros, 3y los encarceló en la casa del jefe de la guardia, en la cárcel donde estaba preso José. 4Púsolos el jefe de la guardia bajo la custodia de José, y éste les servía el tiempo que estuvieron en la cárcel. 5

El jefe de los coperos y el jefe de los reposteros del rey de Egipto, que estaban presos en la cárcel, tuvieron ambos un sueño la misma noche, cada uno el suyo; y cada sueño de diversa significación. 6Cuando por la mañana vino a ellos José y los vio tristes, 7preguntó a los dos ministros que con él estaban presos en la casa de su señor, diciéndoles: “¿Por qué tenéis hoy mala cara?” 8

Ellos le contestaron: “Hemos tenido un sueño y no hay quien lo interprete.” Díjoles José: “¿No es de Dios la interpretación de los sueños? Contádmelo, si queréis.” 9El jefe de los coperos contó a José su sueño, diciéndole: “En mi sueño tenía ante mí una vid 10con tres sarmientos, que estaban como echando brotes, subían y florecían y maduraban sus racimos. 11

Tenía en mis manos la copa del faraón, y, tomando los racimos, los exprimí en la copa del faraón y la puse en sus manos.” 12José le dijo: “Esta es la interpretación del sueño: los tres sarmientos son tres días. 13Dentro de tres días, el faraón exaltará tu cabeza, y te restablecerá en tu cargo, y pondrás la copa del faraón en sus manos, como antes lo hacías, cuando eras copero. 14

A ver si te acuerdas de mí cuando te vaya bien, y me haces la gracia de recordarme al faraón para que me saque de esta casa, 15pues he sido furtivamente sacado de la tierra de los hebreos, y aun aquí nada he hecho para que me metieran en prisión. 16Viendo el jefe de los reposteros cuan favorablemente había interpretado el sueño, dijo a José:

“Pues he aquí el mío: Llevaba yo sobre mi cabeza tres canastillas de pan blanco. 17En el canastillo de encima había toda clase de pastas de las que hacen para el faraón los reposteros, y las aves se las comían del canastillo que llevaba sobre mi cabeza.” 18Contestó José diciendo: “Esta es la interpretación: los tres canastillos son tres días. 19Dentro de tres días te quitará el faraón la cabeza y te colgará de un árbol, y comerán las aves tus carnes.” 20

Al día tercero, que era el del natalicio del faraón, dio éste un banquete a todos sus servidores, y en medio de ellos trajo a la memoria al jefe de los coperos y al jefe de los reposteros, 21restableciendo al jefe de los coperos en su cargo de poner la copa en manos del faraón, 22y colgando al jefe de los reposteros, como lo había interpretado José. 23Pero el jefe de los coperos no se acordó más de José, sino que se olvidó de él.

Ya hemos dicho, a propósito de los sueños de José 1, lo que estos fenómenos psicológicos representaban en la vida de los antiguos.

 Por esto, la ciencia de interpretar los sueños era muy cultivada, tanto en Egipto como en Babilonia, y así Dios, para acreditar a José y a Daniel, les confiere este don profético de la interpretación de los sueños. José, dotado de esta gracia, interpreta los sueños de los oficiales egipcios, y de esto se sirve el Señor para preparar el camino de la exaltación de su siervo2.

Entre los encarcelados hay dos oficiales de palacio: el copero, o sea, el que tenía a su cargo la bodega del faraón y le servía a la mesa.

Era oficio de gran confianza, pues no era raro que se valieran de tales ocasiones para propinar un veneno al soberano. También el repostero debía de ser cargo de la máxima confianza del faraón, por la misma razón3. José está encargado de ellos en la cárcel, pero en plan de servicio de confianza.

Se ve que se tenía especiales atenciones con los altos dignatarios. En el documento del c.39, José está al frente de todos, subordinado sólo al jefe de la prisión. Preocupados con su causa, sueñan cada uno la suerte que les aguarda. Así, uno sueña que volverá a exprimir vino en la copa del faraón, mientras que el repostero sueña que las aves le comieron las pastas que llevaba en los canastillos. Están los dos preocupados y tristes, porque no saben quién les pueda explicar sus sueños. Existían diversas escuelas para interpretar sueños y oráculos en Egipto4. Los sueños estaban de moda en Egipto como presagios del futuro, y había especializados en su interpretación, que tenían abundantes clientes, como entre los caldeos.
En el caso de los dos oficiales, José se ofrece espontáneamente a interpretarlos, creyendo tener el espíritu de Dios, ya que sólo de El depende la interpretación de los sueños (v.8). Confía en la protección divina, y así, sin titubear, da la interpretación de cada uno: el copero será repuesto en su oficio, y el repostero, decapitado antes de tres días (v. 15.16).

José pide al primero interceda al faraón cuando se vea encumbrado a su antiguo oficio, pues está injustamente en la cárcel y ha sido traído furtivamente de la tierra de los hebreos (v.15). Esta expresión resulta anacrónica en boca de José, ya que los hebreos como nación no existían y formaban un reducido clan patriarcal.

Se trata de una trasposición del ambiente histórico del redactor a los tiempos patriarcales, del estilo de otras que ya hemos notado en su lugar. Los pronósticos de José fueron confirmados por los hechos: el copero, restablecido, y el repostero, decapitado el día de la fiesta del faraón. Pero el copero no se acordó más de José, como éste le había pedido, a pesar de haberle interpretado rectamente el sueño.

Gén 41:1-57 

Los Sueños del Faraón.
 E xisten duplicados, repeticiones y pequeñas anomalías redaccionales, que reflejan yuxtaposición de dos fuentes diversas.

1Al cabo de dos años soñó el faraón que estaba a orillas del río, 2y veía subir de él siete vacas hermosas y metidas en carnes, que se pusieron a pacer entre los juncos, 3pero he aquí que después subieron del río otras siete vacas feas y muy flacas, y se pusieron junto a las siete que estaban a la orilla del río, 4y las siete vacas feas y flacas se comieron a las siete hermosas y gordas; y el faraón se despertó. 5Volvió a dormirse, y por segunda vez soñó que veía siete espigas, que salían de una sola caña de trigo muy granadas y hermosas; 6pero detrás de ellas brotaron siete espigas flacas y quemadas por el viento solano, 7y las siete espigas flacas y quemadas devoraron a las siete espigas hermosas y granadas, y se despertó el faraón. Este fue el sueño. 8
A la mañana estaba perturbado su espíritu y mandó llamar a todos los adivinos y a todos los sabios de Egipto; les contó su sueño, pero no hubo quien lo interpretara. 9Entonces habló al faraón el jefe de los coperos, diciendo: “Ahora me acuerdo de mi falta. 10 Estaba el faraón irritado contra sus siervos, y nos había hecho encerrar en la casa del jefe de la guardia a mí y al jefe de los reposteros. 11Tuvimos ambos un sueño, la misma noche yo y él, cada uno el suyo y de distinta interpretación. 12Estaba allí con nosotros un joven hebreo, siervo del jefe de la guardia, y le contamos nuestros sueños, y él nos dio la interpretación; a cada uno le interpretó el suyo, 13y como lo interpretó él, así nos sucedió: yo fui restablecido en mi cargo y él fue colgado.” 14Mandó, pues, el faraón llamar a José, y apresuradamente le sacaron de la prisión. Se cortó el pelo, se mudó de ropas y se fue a ver al faraón. 15Este le dijo: “He tenido un sueño, y no hay quien me lo interprete, y he oído decir de ti que en cuanto oyes un sueño lo interpretas.” 16José respondió: “No yo; Dios será el que dé una respuesta favorable al faraón.” 17Habló, pues, el faraón a José: “Este es mi sueño: Estaba yo en la ribera del río, 18y vi subir del río siete vacas gordas y hermosas que se pusieron a pacer en el juncal; 19y he aquí que detrás de ellas subían otras siete vacas malas, feas y flacas, como no las he visto en toda la tierra de Egipto, 20y las vacas malas y feas se comieron a las primeras siete vacas gordas, 21que entraron en su vientre sin que se conociera que habían entrado, pues el aspecto de aquéllas siguió siendo tan malo como al principio. Y me desperté. 22Vi también en sueños que salían de una misma caña siete espigas granadas y hermosas, 23y que salían de ella siete espigas malas, secas y quemadas del viento solano, 24y las siete espigas secas devoraron a las siete hermosas. Se lo he contado a los adivinos y no ha habido quien me lo explique.”

También el faraón tiene sus sueños, que, a su juicio, le son enviados por su padre Ra para amonestarle sobre los sucesos venideros y darle ocasión de tomar medidas oportunas. Los sacerdotes eran los encargados, mediante sus secretos mágicos, de explicar los sueños. He aquí uno de tantos sueños del faraón contados por la literatura egipcia: “En el año quinto de Merneptah, los tirsenos, los sardanos, los licios, los aqueos y libios atacaron en masa el Delta. El rey quería ir contra ellos, pero Ptah le apareció en sueños y le ordenó no moverse y enviar tropas a los territorios ocupados por el enemigo... Un reyezuelo etiópico (entonces egipcio) vio, durante la noche, dos serpientes, una a la derecha y otra a la izquierda. Se despertó. Las serpientes habían desaparecido. Era un sueño. Los intérpretes declararon que un brillante porvenir estaba reservado al soñador, el cual, dominando ya el Alto Egipto, habría de conquistar pronto Egipto septentrional y hacer aparecer sobre la cabeza el buitre, símbolo del Sur, y la cobra, símbolo del Norte.”2
         En nuestro caso, el faraón vio en sueños salir del Nilo — sostén de la agricultura y ganadería egipcias — a siete vacas gordas que pastaban en la orilla verde. Después vio otras siete vacas flacas que traían tal hambre, que devoraron a las vacas gordas. Estos datos fantásticos e inverosímiles son muy compatibles con los sueños. Un segundo sueño similar al primero dejó perplejo al faraón: siete espigas rellenas y granadas salían de un tallo.

Después salieron otras siete espigas quemadas del solano. Al día siguiente, el faraón contó el sueño a sus íntimos, y ningún intérprete sabía explicar los dos misteriosos sueños. Llamó a todos los adivinos... (v.8); la frase es hiperbólica, para designar a los mejores especialistas en sueños, que de seguro vivían en la ciudad de la corte. Ante el resultado negativo, se acordó el copero del rey de lo que le había sucedido a él en la cárcel cuando José le interpretó su sueño, que resultó como dijo (v.13). Inmediatamente el faraón mandó sacar al joven hebreo, el cual se rasuró y cambió de vestidos3. El rey creía que se hallaba ante algún adivino, y así le pide que interprete el sueño con su ciencia mágica; pero José dice que su ciencia viene de Dios (v. 16). El faraón entonces cuenta su sueño, insistiendo en lo de las vacas flacas, que eran tales que después de devorar a las gordas seguían tan macilentas como antes (v.21).

Interpretación del Sueño (25-36).

25José dijo al faraón: “El sueño del faraón es uno solo. Dios ha dado a conocer al faraón lo que va a hacer. 26Las siete vacas hermosas son siete años, y las siete espigas hermosas son siete años; el sueño es uno solo. 27Las siete vacas flacas y malas que subían detrás de las otras son otros siete años, y las siete espigas secas y quemadas del viento solano son siete años de hambre. 28Es lo que he dicho al faraón: que Dios le ha hecho ver lo que va a hacer. 29Vendrán siete años de gran abundancia en toda la tierra de Egipto, 30y detrás de ellos vendrán siete años de escasez, que harán se olvide toda la abundancia en la tierra de Egipto, y el hambre consumirá la tierra.

No se conocerá la abundancia en la tierra a causa de la escasez, porque ésta será muy grande. 32Cuanto a la repetición del sueño al faraón por dos veces, es que el suceso está firmemente decretado por Dios, y que Dios se apresurará a hacerlo. 33Ahora, pues, busque el faraón un hombre inteligente y sabio y póngale al frente de la tierra de Egipto. 34Nombre el faraón intendentes que visiten la tierra y recojan el quinto de la cosecha de la tierra de Egipto en los tiempos de la abundancia; 35reúnan el producto de los años buenos que van a venir, y hagan acopio de trigo a disposición del faraón, 36para mantenimiento de las ciudades, y consérvelo para que sirva a la tierra de reserva para los siete años de hambre que vendrán sobre la tierra de Egipto, y no perezca de hambre la tierra.”

Era la vaca en Egipto el símbolo de Isis y de Hator, diosas de la fertilidad, la cual en este caso sería muy grande o muy escasa, según indica el número de siete, número de perfección, intensidad y plenitud. Es cosa sabida que la fertilidad del suelo de Egipto depende de las inundaciones periódicas del Nilo 4, el cual se alimenta de las lluvias torrenciales de Nubia y Abisinia. Pero no siempre estas inundaciones son tan regulares y abundantes que libren a Egipto de la carestía y del hambre. Si la inundación es escasa y no alcanza más que a regar una porción del suelo, la cosecha será insuficiente. Asimismo, si la inundación es excesiva y prolongada, retarda la sementera y la maduración de la mies. Y esto suele ocurrir varios años seguidos. A un faraón de la III dinastía le hacen decir los sacerdotes del dios Khnum: “Está desolado porque el río no se desborda ya hace siete años. Falta el grano, los campos están secos y escasea el alimento.”
        
Los sueños del faraón están muy en armonía con la naturaleza de Egipto. El ganado vacuno abundaba en el valle del Nilo. El faraón explica el sueño de las vacas gordas y las flacas, y el de las siete espigas rozagantes y las quemadas. Ambos sueños tienen una misma significación según la interpretación de José. Las siete vacas gordas y las siete espigas granadas son anuncio de siete años de abundancia, mientras que las vacas macilentas y las espigas secas son presagio de siete años de escasez y hambre.


No es raro, en las naciones donde el poder está concentrado en una persona, la exaltación de un favorito, de un siervo, de un eunuco de origen extranjero. En el caso nuestro, el caso es perfectamente verosímil suponiendo que el faraón que encumbró a José era de la raza de los hicsos, pueblo asiático que en el siglo XVIII a.C. atravesó Palestina y se apoderó del Delta egipcio, dominando aquí dos siglos, hasta que los reyes indígenas, bajados del Alto Egipto, lograron expulsarlos en el siglo XVI a.C. Así, pues, podemos suponer que los faraones hicsos favorecían sistemáticamente a los asiáticos para tener apoyo en contra de los nativos, que suspiraban por una dinastía indígena. El faraón, al reconocer una sabiduría superior en el asiático José, le nombra visir o lugarteniente suyo en todo el reino (v.40).

Cuando llegaron los años de escasez fue el gran triunfo de José. Gracias a sus previsiones, las gentes tenían algo que comer. La orden del faraón Id a José es la apoteosis del humilde esclavo hebreo, encumbrado a la más alta dignidad de Egipto por designios ocultos de Dios, que aprovechará esta escasez para que sus hermanos desciendan a Egipto.

Por la persistente sequía, los pueblos vecinos a Egipto tuvieron que ir al país del Nilo a buscar provisiones, ya que por su situación especial era el país donde se solían salvar las cosechas aun en tiempos de sequía. El faraón Amenhemet I (s. XX a.C.) se gloría de haber calmado el hambre de sus súbditos en estos términos: “He dado al pobre, he alimentado al huérfano, he admitido al que no tenía nada como al que tenía algo... He favorecido el cultivo del trigo, y amo al dios de la cosecha. El Nilo me saludaba en todo el valle. No hay hambrientos en mi tiempo, y nadie tiene sed”16. En los monumentos egipcios aparecen caravanas de asiáticos llegando a Egipto para aprovisionarse en tiempos de escasez, pues Egipto era el granero de la antigüedad. El autor sagrado prepara así el relato de la peregrinación de los hijos de Jacob al país de los faraones.

42. Los Hijos de Jacob bajan a Egipto.
 Los hijos de Jacob ante José (1-24)

1Viendo Jacob que había trigo en Egipto, dijo a sus hijos: “¿Qué estáis ahí mirándoos unos a otros? 2He oído decir que en Egipto hay trigo. Bajad, pues, allá para comprárnoslo, y vivamos, y no muramos.” 3Bajaron, pues, diez de los hermanos de José a Egipto a comprar pan; 4a Benjamín, el hermano de José, no le mandó Jacob con sus hermanos por temor de que le sucediera alguna desgracia. 5Llegaron los hijos de Israel con otros que venían también a comprar trigo, pues había hambre en toda la tierra de Canaán. 6Como era José el jefe de la tierra y el que vendía el trigo a cuantos venían a comprarlo, los hermanos de José entraron y se postraron ante él rostro a tierra. 7

Al verlos, José los reconoció, pero disimuló, y les habló con dureza, diciéndoles: “¿De dónde venís?”; y ellos respondieron: “De la tierra de Canaán para comprar mantenimientos.” 8Conoció José a sus hermanos, pero ellos no le conocieron a él. 9Acordóse José de los sueños que les había contado, y les dijo: “Vosotros sois unos espías que habéis venido a reconocer las partes no fortificadas del país.” 10Ellos le dijeron: “No, señor mío; tus siervos han venido a comprar mantenimientos;  11todos nosotros somos hijos del mismo padre; somos gente buena; no son tus siervos unos espías.” 12El repuso: “No, sois unos espías que habéis venido a ver lo indefenso de la tierra.” 13Ellos dijeron: “Eramos tus siervos doce hermanos, todos del mismo padre, en la tierra de Canaán; el más pequeño se quedó con nuestro padre, y el otro no vive ya.” 14Insistió José: “Es lo que os he dicho: sois unos espías.” 15Pero voy a probaros. Por la vida del faraón que no saldréis de aquí mientras no venga vuestro hermano menor. 16Mandad a uno de vosotros a buscar a vuestro hermano, y los demás quedaréis aquí presos. Así probaré si lo que decís es verdad, y si no, por la vida del faraón que sois unos espías.” 17Y les hizo meter a todos juntos en prisión por espacio de tres días. 18Al tercero les dijo José: “Haced esto y viviréis, pues yo temo a Dios. 19Si en verdad sois gente buena, que se quede uno de los hermanos preso en la cárcel donde estáis, y los otros id a llevar el trigo para remediar el hambre de vuestras casas, 20y me traéis a vuestro hermano menor para probar la verdad de vuestras palabras, y no moriréis.” 21 Ellos se dijeron unos a otros: “Ciertamente somos nosotros reos de culpa contra nuestro hermano, a quien vimos con angustia de su alma pedirnos compasión, y no le escuchamos. Por eso ha venido sobre nosotros esta desventura.” 22Rubén les dijo: “¿No os advertí yo, diciéndoos: No pequéis contra el joven, y no me escuchasteis? Ved cómo ahora se nos demanda su sangre.” 23Ellos no sabían que José les entendía, pues él les había hablado por medio de intérprete. 24Alejóse José llorando, y, cuando volvió, les habló, y eligió a Simeón entre ellos, y le hizo atar ante los ojos de los otros.

Egipto fue siempre el granero de Canaán en los años de escasez. Ya lo hemos visto en la historia de Abraham y de Isaac. El primero había bajado a Egipto 1; el segundo pensó hacerlo 2, pero renunció a su propósito en virtud de una amonestación divina; Jacob ni siquiera habla de bajar al valle del Nilo.

Su padre había comenzado a sembrar trigo en la región de Bersabé, y es probable que el hijo haya seguido el ejemplo, comenzando con esto a hacer vida sedentaria, con la mayor dificultad de moverse3. Pero ahora en las tiendas de Jacob empieza a sentirse la escasez, y el anciano manda a sus hijos que bajen a Egipto en busca de trigo. Ante esta indicación, diez de los hijos de Jacob se pusieron en marcha para poder traer la mayor cantidad posible de trigo y para poder ayudarse en el largo viaje. Sólo quedó en casa Benjamín, el último hijo de la esposa preferida, Raquel4.

El recuerdo de la pérdida de José hizo que no se desprendiera de Benjamín por temor a quedarse sin el. Tenemos, pues, a los hijos de Jacob enrolados en una caravana con otras gentes que iban en busca de mantenimientos al país del Nilo (v.5). Los asiáticos llegaron hasta José; aunque es de suponer que no fuera José el que directamente llevara las ventas, sin embargo, ante el aluvión de cananeos que bajaban por trigo, es fácil que él esperara ver a sus hermanos, y por eso pudo dar orden de que los cananeos fueran presentados personalmente a él, que es llamado aquí “jefe de la tierra.”5

Al verlos José, los reconoció, y sobre todo, cuando se prosternaron ante él en tierra, se acordó de sus misteriosos sueños de joven, en los que las gavillas adoraban la suya, y el sol, la luna y las estrellas se prosternaban ante él6. Era el cumplimiento literal de aquellos misteriosos sueños enviados por Dios (v.9). Sin embargo, no quiere declararse para probar la disposición de ánimo de sus hermanos, y los trata con desconfianza, tomándolos por espías. Egipto confina al oriente con la estepa, donde vegetan tribus nómadas, más hambrientas que hartas. Es natural que los ojos se vayan tras las ricas tierras del valle del Nilo y aprovechen cualquier ocasión para emprender alguna algara en aquella rica tierra. Para impedirlo, los faraones tuvieron que establecer una serie de fortalezas a lo largo de la frontera.

En este supuesto, la sospecha de José contra los asiáticos tenía su fundamento histórico. Los acusados declaran que forman una familia y que vienen en son de paz, y dan detalles de su familia, que es lo que José esperaba para estar seguro de su identificación. José insiste en su sopecha de que son espías. Al decir ellos que queda uno en casa con el padre, José exige que vayan a buscarlo uno de ellos, quedando los demás en prisión (v.19). Después de retenerlos tres días en prisión, permite que vuelvan con provisiones a condición de que quede uno como prenda de que volverán con el hermano menor que quedó en Canaán (v.20). Los hermanos hablan entre sí, reconociendo que lo que les sucede es un castigo de Dios por el crimen que han cometido con su hermano, y Rubén recuerda que él quiso salvarlo: “ahora se nos demanda su sangre” (v.22). Al oír esta conversación, José se sintió profundamente conmovido, y se separó para desahogar sus lágrimas. Vuelto a ellos, exige que permanezca como rehén Simeón, que era el mayor después de Rubén. Este quedaba libre, sin duda, por haber querido salvar a José. Era una lección para el resto de los hermanos.

Los Hijos de Jacob Vuelven a Canaán (25-38).
25Mandó José que llenaran de trigo sus sacos, que pusieran en el de cada uno su dinero y les diesen provisiones para el camino, y así se hizo. 26 Ellos cargaron el trigo sobre los asnos y se partieron de allí. 27Abrió uno de ellos el saco para dar pienso a su asno en el lugar donde pernoctaron, y vio que su dinero estaba en la boca del saco, 28 y dijo a sus hermanos: “Me han devuelto mi dinero; aquí está en mi saco.”Quedáronse estupefactos, y unos a otros se decían temblando: “¿Qué será esto que ha hecho Dios con nosotros?” 29Llegaron a Jacob, su padre, a la tierra de Canaán, y le contaron cuanto les había sucedido: 30“El hombre que es señor de aquella tierra nos habló duramente y nos tomó por espías de la tierra. 31Nosotros le dijimos: Somos gente buena, no somos espías. 32Eramos doce hermanos, hijos todos del mismo padre; uno ha desaparecido, el más pequeño está con nuestro padre en la tierra de Canaán. 33Y nos dijo el hombre, señor de la tierra: En esto sabré que sois gente buena: dejad aquí a uno de vosotros, tomad con qué atender a la necesidad de vuestras casas y partid; 34traedme a vuestro hermano pequeño; así sabré que no sois unos espías, sino gente buena. Entonces os devolveré a vuestro hermano y podréis recorrer la tierra.” 35Cuando vaciaron los sacos, cada uno encontró el paquete de su dinero en la boca de su saco, y, al ver los paquetes de dinero, ellos y su padre se llenaron de temor. 36Jacob, su padre, les dijo: “¡Vais a dejarme sin hijos! José desapareció, Simeón desapareció, y ¿vais a llevaros a Benjamín? Todo esto ha venido sobre mí.” 37Rubén dijo a su padre: “Haz morir a mis dos hijos si yo no te devuelvo a Benjamín. Entrégamelo y yo te lo devolveré.” 38El le contestó: “No bajará mi hijo con vosotros. Su hermano murió y no queda más que él. Si en el viaje que vais a hacer le ocurre una desgracia, haréis descender en dolor mis canas al sepulcro.”

Los hermanos emprendieron el regreso pensativos. Su perplejidad aumentó al ver uno de ellos que en su saco estaba el dinero importe de la mercancía. Es una delicadeza misteriosa de José para con sus hermanos, los cuales sólo la comprenderían después del desenlace del drama. Habían pasado por espías, y ahora habrían de pasar por ladrones7. Al llegar a la casa paterna, cuentan lo sucedido: la severidad con que les ha tratado el intendente egipcio, las exigencias de que uno quedara como rehén para que llevaran al único hermano que quedaba en casa y la sospecha de ser espías. Jacob se resiste a dejar a su hijo menor. Teme que le pase algo, como a José. Rubén ofrece todas las garantías, y ofrece sus dos hijos como prenda de que ha de devolver sano a Benjamín. En 43:9 es Judá quien se ofrece a garantizar la vida de su hermano menor. Jacob dice que, si muere su hijo, él también será llevado al sepulcro: haréis descender en dolor mis canas al sepulcro (v.38).

43. Retorno de los Hijos de Jacob a Egipto.

Viaje de Benjamín a Egipto (1-15).
1Pero el hambre era ya muy grande en la tierra, 2y, cuando se acabaron las provisiones que habían traído de Egipto, les dijo su padre: “Volved a comprarnos algo que comer.” 3Pero Judá le contestó: “Aquel hombre nos dijo terminantemente: No me veréis si no traéis con vosotros a vuestro hermano menor. 4Si mandas con nosotros a nuestro hermano, bajaremos y te compraremos provisiones; 5pero, si no, no bajaremos, pues el hombre aquel nos dijo: No veréis mi rostro a no ser que vuelva con vosotros vuestro hermano.” 6Y dijo Israel: “¿Por qué me habéis hecho este mal, de dar a conocer a aquel hombre que teníais otro hermano?” 7Y le contestaron: “Aquel hombre nos preguntó insistentemente sobre nosotros y sobre nuestra familia, y nos dijo: ¿Vive todavía vuestro padre? ¿Tenéis algún otro hermano?” Y nosotros contestamos según las preguntas. ¿Sabíamos acaso que iba a decirnos: “Traed a vuestro hermano”? 8Y Judá dijo a Israel, su padre: “Deja ir al niño conmigo, para que podamos ponernos en camino y podamos vivir y no muramos nosotros, tú y nuestros pequeños. 9Yo te respondo de él; tú le reclamarás de mi mano, y si no te lo vuelvo a traer y te lo pongo delante, seré reo ante ti para siempre. 10Si no nos hubiéramos retrasado tanto, estaríamos ya dos veces de vuelta,”11Israel, su padre, les dijo: “Si es así, haced esto: tomad de los mejores productos de esta tierra en vuestro equipaje y bajádselos al hombre aquel como presente: un poco de tragacanto, un poco de miel, astrágalo, láudano, alfósigos y almendras. 12Tomad plata de nuevo, y lo que hallasteis en la boca de vuestro saco devolvedlo, pues quizá ha sido un error. 13Tomad a vuestro hermano e id y volved a ver a aquel hombre. 14Que el Dios omnipotente os haga hallar gracia ante ese hombre para que deje volver a vuestro hermano y a Benjamín. Cuanto a mí, si he de verme privado de mis hijos, sea.” 15Tomaron ellos el presente y el dinero doble y a Benjamín, y bajaron a Egipto y se presentaron a José.

En este capítulo es Judá el que insiste en volver a Egipto, en vez de Rubén 1; Jacob es llamado Israel 2; no se alude para nada a Simeón como rehén en Egipto3.
         Ante la necesidad, Jacob ordena a sus hijos que vuelvan a Egipto a buscar nuevas provisiones. No se alude para nada al hecho de que Simeón había quedado en Egipto como rehén, lo que debía motivar angustia en el padre. Sin embargo, éste sólo se preocupa de la suerte posible de Benjamín.

Judá dice a su padre que es inútil bajar a Egipto sin el hermano menor, pues el hombre jefe de Egipto dijo que no los recibiría si no le llevaban a Benjamín (v.3). Jacob les echa en cara el que hayan dicho al intendente egipcio que tenían otro hermano menor en Canaán (v.6).

Judá se ofrece como garantía: si no devuelven sano a Benjamín, él es reo ante Jacob, y, por tanto, no merecerá su bendición solemne al morir (v.9). Tampoco Judá alude a Simeón, que está encarcelado en Egipto, según el documento (E) del capítulo anterior. Nos hallamos, pues, ante versiones fragmentarias de un mismo hecho según dos tradiciones diferentes, recogidas y yuxtapuestas por el hagiógrafo. Jacob al fin accede ante las seguridades que le ofrece Judá y ante la necesidad de aprovisionarse; pero su buen sentido le dice que deben llevar regalos al estilo oriental para captarse la benevolencia de aquel misterioso intendente de Egipto, y así les manda llevar productos de la tierra, como miel, pistachos y almendras, además de productos aromáticos, que solían traer de Arabia, pero que eran fácilmente asequibles de los mercaderes que pasaban por Canaán (v.11).

Además, deben devolver el dinero encontrado en los sacos, no sea que haya sido puesto en ellos por error. Y al fin les da la bendición del “Dios omnipotente,” el El Saday de Abraham e Isaac, que le había dado su bendición al partir para Siria en sus mocedades4. Jacob se resignó a perder a todos sus hijos si Dios lo permitía (v.14).

José y Benjamín (16-34).
16Apenas vio José con ellos a Benjamín, dijo a su mayordomo: “Haz entrar en casa a esas gentes, y mata mucho y prepáralo, pues esas gentes comerán conmigo al mediodía.” 17El mayordomo hizo lo que le ordenó José, e introdujo a aquellas gentes en casa. 18Mientras los llevaba a casa de José llenos de temor, se decían: “Es por lo del dinero que volvió en nuestros sacos por lo que nos traen aquí: para asaltarnos, caer sobre nosotros y hacernos esclavos con nuestros asnos,” 19Acercándose al mayordomo, le dijeron: 20“Perdone, mi señor. Nosotros vinimos ya una vez a comprar víveres. 21Al llegar al lugar donde a la vuelta pasamos la noche, abrimos los sacos y vimos que el dinero de cada uno de nosotros estaba justo a la boca de nuestros sacos.

22Hemos vuelto a traerlo con nosotros, y traemos al mismo tiempo otra cantidad para comprar provisiones. Nosotros no sabemos quién puso nuestro dinero en los sacos.” 23“Que sea la paz con vosotros — les dijo el mayordomo; no temáis. Ha sido vuestro Dios, el Dios de vuestro padre, el que os puso ese tesoro en los sacos. Yo recibí vuestro dinero.” Y les sacó a Simeón. 24Después de hacerlos entrar en la casa, les dio agua para que se lavaran los pies, y dio también pienso a los asnos. 25Ellos prepararon su presente, esperando que viniera José a mediodía, pues habían sido advertidos de que comerían allí. 26Vino José a casa, y le presentaron el regalo que habían traído con ellos, postrándose ante él rostro a tierra.

27El les preguntó si estaban buenos y les dijo: “Vuestro anciano padre, de quien me hablasteis, ¿vive todavía?” 28Ellos le respondieron: “Tu siervo, nuestro padre, está bien, vive todavía,” y se inclinaron profundamente. 29José alzó los ojos y vio a Benjamín, su hermano, hijo de su madre, y dijo: “¿Es este vuestro hermano pequeño, de quien me habéis hablado?”; y añadió: “Que Dios te bendiga, hijo mío.” 30Apresuróse José a buscar dónde llorar, pues se conmovieron sus entrañas a la vista de su hermano; entró en su cámara y allí lloró. 31Salió después de haberse lavado la cara, y, haciendo esfuerzos por contenerse, dijo: “Servid la comida.” 32Sirvieron a José aparte, aparte a sus hermanos y aparte también a los egipcios que comían con él, pues los egipcios no pueden comer con los hebreos, por ser esto para ellos cosa abominable.

 33Pusieron a los hermanos de José frente a él: el primogénito según su primogenitura, y el más joven según su edad, y se miraban atónitos unos a otros. 34Cuando les pusieron delante las porciones, la de Benjamín era cinco veces mayor que la de cada uno de los otros, y bebieron y estuvieron muy alegres en compañía suya.

Por fin, José tuvo la satisfacción de ver con sus ojos a su hermano uterino, y, lleno de satisfacción, ordenó que se introdujera a todos en su casa para comer con ellos. Los hijos de Jacob se inquietan por el recibimiento y creen que van a ser encarcelados por lo del dinero encontrado en sus sacos (v.18). Por eso presentan excusas, diciendo que traen el dinero encontrado5. El mayordomo, sin duda aleccionado por José, los tranquiliza, pues él recibió el dinero de la compra. Sin duda que su Dios lo devolvió a sus sacos. Después apareció José, el cual los trata con toda benevolencia, preguntando por el estado de salud de su padre, y, al ver a Benjamín, al que cariñosamente llama hijo mío (v.29), se emociona, y se retira para desahogar sus lágrimas. Vuelve de nuevo, sin declararse, pues quiere someterlos a otra prueba. Al comer, José estuvo aparte, los hijos de Jacob aparte, y los egipcios también aparte, pues los egipcios aborrecen comer con los extranjeros (v.32)6. José da una muestra de especial cariño a los hebreos al enviarles porciones reservadas a él, y particularmente a Benjamín, al que le envía una porción cinco veces mayor (v.34). Era costumbre en la antigüedad ofrecer al huésped preferido una porción especial de comida7. Y entre los egipcios era costumbre escanciar mucha bebida: y bebieron y estuvieron alegres en compañía suya (v.34) 8 Los hijos de Jacob olvidaron por un momento todas las inquietudes y comieron alegremente.

44. Benjamín, Sorprendido en Hurto.
 Judá habla en nombre de todos, y sus palabras son conforme a lo relatado en el capítulo anterior.

1José dio orden a su mayordomo de llenar cuanto pudiera de víveres los sacos de aquellas gentes y de poner el dinero de cada uno en la boca del saco. 2“Pon también mi copa —le dijo, la copa de plata, en la boca del saco del más joven, juntamente con el dinero.” El mayordomo hizo lo que le había mandado José. 3Despuntaba el alba cuando despidieron a los hebreos con sus asnos. 4Habían salido de la ciudad, pero no estaban lejos, cuando José dijo a su mayordomo:

“Anda y sal en la persecución de esas gentes, y, cuando les alcances, diles: “¿Por qué habéis devuelto mal por bien? ¿Por qué me habéis robado la copa de plata? 5Es donde bebe mi señor y de la que se sirve para adivinar. Habéis obrado muy mal.” 6Cuando les alcanzó, les dijo estas mismas palabras. 7Ellos le contestaron: “¿Por qué habla así mi señor? Lejos de tus siervos hacer semejante cosa. 8Hemos vuelto a traerte desde la tierra de Canaán el dinero que hallamos a la boca de nuestros sacos; ¿cómo íbamos a robar de la casa de tu señor plata ni oro? 9Aquel de tus siervos en cuyo poder sea hallada la copa, muera, y seamos también nosotros esclavos de tu señor.” 10“Bien está, sea como decís. Aquel a quien se le encuentre la copa será mi esclavo, y vosotros quedaréis en libertad,” 11Bajó cada uno a tierra su saco a toda prisa y lo abrió.

12El mayordomo los reconoció, comenzando por el del mayor y acabando por el del más joven, y se halló la copa en el saco de Benjamín. 13Rasgaron sus vestiduras, cargaron de nuevo los asnos y volvieron a la ciudad. 14Judá llegó con sus hermanos a la casa de José, que estaba allí todavía, y postráronse rostro a tierra, 15José les dijo: “¿Qué es lo que habéis hecho? ¿No sabíais que un hombre como yo había de adivinarlo?” 16Judá respondió: “¿Qué vamos a decir, mi señor? ¿Cómo hablar, cómo justificarnos? Dios ha hallado la iniquidad de tus siervos, y somos esclavos tuyos, tanto nosotros cuanto aquel en cuyo poder se ha hallado la copa.

17“Lejos de mí hacer eso —dijo José; aquel a quien se le ha encontrado la copa será mi esclavo; vosotros subiréis en paz a vuestro padre.” 18Acercóse entonces Judá y le dijo: “Por favor, señor mío, que pueda decir tu siervo unas palabras en tu oído sin que contra tu siervo se encienda tu cólera, pues eres como otro faraón. 19Mi señor ha preguntado a tus siervos: “¿Tenéis padre todavía? ¿Y tenéis algún hermano?” 20Y nosotros contestamos: “Tenemos un padre anciano y tenemos otro hermano, hijo de su ancianidad. Tenía éste un hermano que murió y ha quedado sólo él de su madre, y su padre le ama mucho.” 21Tú dijiste a tus siervos: “Traédmelo, que yo pueda verle.” 22Nosotros dijimos a mi señor: No puede el niño dejar a su padre; si le deja, morirá su padre. 23Pero tú dijiste a tus siervos: Si no baja con vosotros vuestro hermano menor, no veréis más mi rostro. 24Cuando subimos a tu servidor, mi padre, le dimos cuenta de las palabras de mi señor; 25y cuando mi padre nos dijo: Volved a bajar para comprar algunos víveres, 26le contestamos:

No podemos bajar, a no ser que vaya con nosotros nuestro hermano pequeño, pues no podemos presentarnos ante ese hombre si nuestro hermano no nos acompaña. 27Tu siervo, nuestro padre, nos dijo: Bien sabéis que mi mujer me dio dos hijos; 28el uno salió de casa, y seguramente fue devorado, pues no le he visto más; 29si me arrancáis también a éste y le ocurre una desgracia, haréis bajar mis canas en dolor al sepulcro. 30Ahora, cuando yo vuelva a tu siervo, mi padre, si no va con nosotros el joven, de cuya vida está pendiente la suya, 31en cuanto vea que no está, morirá, y tus siervos habrán hecho bajar en dolor al sepulcro las canas de tu siervo, nuestro padre.




 32Tu siervo ha salido responsable del joven al tomarlo a mi padre, y ha dicho: Si yo no le traigo otra vez, seré reo ante mi padre para siempre. 33Permíteme, pues, que te ruegue que quede tu siervo por esclavo de mi señor en vez del joven, y que éste vuelva con sus hermanos. 34¿Cómo voy a poder yo subir a mi padre si no llevo al niño conmigo? No; que no vea yo la aflicción en que caerá mi padre.”

Se diría que José se propone hacer expiar a sus hermanos el pecado que contra él habían cometido. Prosigue en el papel adoptado desde el principio, y el mayordomo coopera maravillosamente a sus intentos. El grave delito en que aparece incurso Benjamín sirve para poner a prueba el afecto de sus hermanos hacia él. José prosigue obrando y hablando como lo que era para sus hermanos, un egipcio ministro del faraón. Como antes, manda a su ministro que devuelva el dinero 1, pero, además, que ponga su copa de plata en el saco del menor y que, apenas salidos de la ciudad, salga a su alcance. En efecto, al poco de salir el mayordomo les da alcance, y les echa en cara que se han llevado la copa de José, de la que se sirve para adivinar (v.5). Entre los griegos se utilizaban las copas para prácticas adivinatorias (κυλικομαντεία y λεκανομαντεία); entre los babilonios también eran usadas las copas para prácticas mágicas: se echaba agua en ellas con aceite y después se observaba la evolución de las gotas de aceite, y conforme a ellas se daban respuestas y augurios2. En el caso de José parece que es una afirmación del mayordomo para impresionar a los sencillos cananeos, presentando a su amo como experto en la magia y, por tanto, conocedor de la conducta secreta de ellos3. Los hijos de Jacob aseguran que ellos son inocentes y que puede el mayordomo investigar a su gusto; pero al fin se encontró la copa en el saco de Benjamín. La consternación fue general. Ahora quedaban como ladrones ante el intendente egipcio después de haber sido colmados de atenciones. Cabizbajos, retornan a la ciudad, pero dispuestos a ofrecerse todos como esclavos con tal que se deje libre a Benjamín.

José los espera a la puerta de casa y les echa en cara su falta. ¿No sabían que él era un hombre que había de adivinarlo? (v.15). Quiere impresionarlos con la pretensión de tener una ciencia mágica oculta, como se creía entonces en el pueblo egipcio respecto de los altos dignatarios.

Todos se prosternaron en tierra. Era de nuevo el cumplimiento de los antiguos sueños de José. Judá, en nombre de todos, quiere dar una explicación, y pide que le dejen libre a Benjamín, mientras que todos se quedan como esclavos (v.16). Sin duda que en su interior piensa que todo esto es en expiación de otra culpa anterior que sólo ellos conocen. Dios los castiga así haciéndoles pasar por ladrones, aunque ahora sean inocentes.

Pero la responsabilidad que Judá había contraído con su padre no era una pura formalidad externa. Esa responsabilidad pesaba sobre su espíritu, y ella es la que pone en sus labios palabras de elocuencia conmovedora, suficientes para mover el ánimo de José y convencerle de los buenos sentimientos de fraternidad de ellos para con Benjamín y de piedad filial para con el padre angustiado. Este razonamiento prepara el desenlace del drama, porque José, no pudiendo resistir más, se dispone a descubrir todo el misterio de su conducta con sus hermanos. La sinceridad de Judá le conmueve y no tiene valor para hacerles sufrir más, y así se declara a sus hermanos en una de las escenas más emotivas de la literatura universal.


45. José se da a Conocer a sus Hermanos.
 Desde el punto de vista literario, esta perícopa es bastante heterogénea. Hay repeticiones y pequeñas discordancias redaccionales. Así, Jacob es designado unas veces con este nombre y otras con el de Israel.

1Entonces José, viendo que no podía contenerse más ante todos los que allí estaban, gritó: “¡Salgan todos!” No quedó nadie con él cuando se dio a conocer a sus hermanos. 2Lloraba José tan fuertemente, que le oyeron los egipcios y le oyó toda la casa del faraón. 3“Yo soy José — les dijo —. ¿Vive todavía mi padre?” Pero sus hermanos no pudieron contestarle, pues se llenaron de terror ante él. 4El les dijo: “Acercaos a mí.” Acercáronse ellos, y les dijo:

 “Yo soy José, vuestro hermano, a quien vendisteis para que fuese traído a Egipto. 5Pero no os aflijáis y no os pese haberme vendido para aquí, pues para vuestra vida me ha traído Dios aquí antes de vosotros. 6Van dos años de hambre en esta tierra, y durante otros cinco no habrá arada ni cosecha. 7Dios me ha enviado delante de vosotros para dejaros un resto sobre la tierra y haceros vivir para una gran salvación.

8No sois, pues, vosotros los que me habéis traído aquí; es Dios quien me trajo, y me ha hecho padre del faraón y señor de toda su casa, y me ha puesto al frente de toda la casa de Egipto. 9Apresuraos y subid a mi padre y decidle: “Así dice José, tu hijo: Me ha hecho Dios señor de toda la tierra de Egipto; baja, pues, a mí sin tardar, 10y habitarás en la tierra de Gosén, y estarás cerca de mí, tú, tus hijos y los hijos de tus hijos, con tus rebaños, tus ganados y todo cuanto tienes; 11allí te mantendré yo, pues quedan todavía otros cinco años de hambre, y así no perecerás tú, tu casa y todo cuanto tienes. 12Con vuestros mismos ojos veis, y ve mi hermano Benjamín con los suyos, que soy yo mismo el que os habla. 13Contad a mi padre cuánta es mi gloria en Egipto y todo cuanto habéis visto, y apresuraos a bajar aquí a mi padre.

14Y se echó sobre el cuello de Benjamín, su hermano, y lloró; y lloraba también Benjamín sobre el suyo. 15Besó también a todos sus hermanos, llorando mientras los abrazaba, y después sus hermanos estuvieron hablando con él. 16Corrió por la casa del faraón la voz de que habían venido los hermanos de José, y se complacieron de ello el faraón y sus cortesanos. 17Y dijo el faraón a José: “Di a tus hermanos: Haced esto: cargad vuestros asnos, id a la tierra de Canaán, 18tomad a vuestro padre y vuestras familias y venid a mí. Yo os daré lo mejor de la tierra de Egipto, y comeréis lo mejor de la tierra. 19Mandóles que llevasen de Egipto carros para sus hijos y sus mujeres, “traigan con ellos a su padre y vengan; 20que no les pese de tener que dejar sus cosas, pues suyo será lo mejor de la tierra de Egipto.” 21Hicieron así los hijos de Israel, y les dio José carros, según la orden del faraón, y provisiones para el camino. 22Dioles también vestidos para mudarse, y a Benjamín trescientos (siclos) de plata y cinco vestidos. 23Mandó también a su padre asnos cargados con lo mejor de Egipto, y diez asnos cargados de trigo, de pan y de víveres para su padre, para el camino. 24Después despidió a sus hermanos, que partían, diciéndoles: “No vayáis a reñir en el camino.” 25Subieron, pues, de Egipto y llegaron a la tierra de Canaán, a Jacob, su padre, 26y le dijeron: “Vive todavía José y es el jefe de toda la tierra de Egipto.” 27Pero él no se conmovió, pues no les creía. Dijéronle cuanto les había mandado José y les había dicho; y al ver Jacob los carros que le mandaba José para trasladarle, se reanimó, 28y dijo: “Basta, mi hijo vive todavía; iré y le veré antes de morir.”

Para desahogar más libremente su ánimo con sus hermanos, mandó salir a los egipcios. La declaración yo soy José debía de impresionar a los hermanos, pues les traía el recuerdo del crimen que con él cometieron. Aquel José que habían vendido, y que habían considerado como un visionario, estaba allí, “señor de la tierra de Egipto.” Era el cumplimiento de sus sueños: postrados le habían adorado, según el antiguo presagio. Pero José no daba señales de cólera.

Ellos se sentían reos de un gran crimen que les había perseguido toda la vida; merecían el mayor castigo, pero allí está el hermano magnánimo que los abraza y besa efusivamente. El cuadro es enternecedor. José ve en todo ello la disposición de la Providencia divina 1, y para alejarlos de pensamientos tristes de remordimiento, les dice que todo ha sido dispuesto por Dios para salvarles en la presente necesidad. Podemos figurarnos a los hermanos cabizbajos y avergonzados ante José, sin atreverse a mirarle a la cara. José trata de reanimarlos, y les pide que vayan a su padre, le anuncien que José vive, y los invita a que bajen a establecerse a Egipto, la tierra de Gosén (v.10), al parecer la zona oriental del Delta, junto al desierto2. José se emociona y se abalanza sobre sus hermanos temblorosos. Allí está su hermano uterino menor, Benjamín; se echa a su cuello y, sollozando, le abraza efusivamente.

Después abraza a todos sus hermanos. La noticia corrió por el palacio real, y el faraón se alegró con sus ministros y confirmó las palabras de éste sobre la intención de traer a Egipto a su padre y familia. Suponiendo que el faraón sea de la dinastía de los hicsos, se concibe mejor el interés por que bajen los asiáticos a su territorio. Da órdenes para facilitar el traslado, poniendo a disposición carros de transporte y vituallas. Y, por fin, José, al despedirlos, sugiere a sus hermanos que no riñan al salir de junto a él, discutiendo el hecho de su venta (v.24). Es un hecho pasado, y la generosidad de José lo da por olvidado. No quiere que discutan la responsabilidad del hecho vergonzoso, que ha sido utilizado por Dios para salvarlos a todos. José se siente contento de su suerte, y en su corazón magnánimo perdona a todos, deseando ver a sus hermanos con su padre cerca de él.
        

Los hijos de Jacob se vuelven al fin a su tierra y cuentan todo al padre, que se muestra escéptico. Sólo cuando ve los carros egipcios les da crédito. Al convencerse de la realidad, no piensa sino en ver a su hijo, al que consideraba perdido: ¡Basta! Mi hijo vive todavía, iré y le veré antes de morir (v.28). Una luz de esperanza aparece en sus ojos de anciano, y se siente rejuvenecer.


46. Jacob y sus Hijos en Egipto.

Visión Nocturna de Jacob en Bersabé (1-5a).
1Partióse Israel con todo cuanto tenía, y, al llegar a Bersabé, ofreció sacrificios al Dios de su padre, Isaac. 2Dios habló a Israel en visión nocturna, diciéndole: “Jacob, Jacob”; él contestó: “Heme aquí”; 3y le dijo: “Yo soy El, el Dios de tu padre; no ternas bajar a Egipto, pues yo te haré allí un gran pueblo. 4Yo bajaré contigo a Egipto y te haré volver a subir. 5José te cerrará los ojos.”

En este capítulo termina el drama, que hasta aquí nos tenía suspensos, con el encuentro del padre y del hijo. Si hubiéramos de atenernos a 37:14, diríamos que Jacob parte de la región de Hebrón y llega a Bersabé, donde se hallaba el altar levantado por su padre1. Allí tiene la visión en que Dios le alienta a emprender el viaje, como lo .había hecho en Betel cuando se encaminaba a Siria, y le renueva las promesas tantas veces hechas a sus antepasados y a él mismo2. Dios se presenta aquí como El, o sea, el Dios de Abraham y de Isaac3. Después añadirá el nombre de Jacob, o dirá simplemente el “Dios de tus padres,” el “Dios de Israel.”4


Jacob había recibido promesas de que su descendencia poseería Canaán, e Isaac había sido advertido por Dios para que no descendiera a Egipto5. Por eso, podemos suponer las perplejidades del patriarca al abandonar la región que consideraba como objeto de las promesas divinas. Para calmar estas inquietudes se le aparece Dios, diciéndole que, a pesar de que ahora baja a Egipto por designio suyo, esto no supone renunciar a las antiguas promesas divinas. Como le había acompañado en Siria, así ahora le hará prosperar en Egipto, y llegará a tener una gran descendencia en aquella tierra (v.3). Pero, al fin, volverán sus descendientes a retornar a Canaán, y el mismo Jacob, si bien éste después de muerto. Tendrá la gran ilusión de que su hijo José le cerrará los ojos (v.4). Así serán colmadas todas sus aspiraciones de anciano, que sentía terribles añoranzas del hijo desaparecido.

El estilo redundante del documento aparece en este fragmento. El autor ha insertado una lista genealógica de la familia de Jacob al estilo de las de Exo_6:14 y Num_26:5s. Así se dice en v.12 que Er y Onán (hijos de Judá) bajaron a Egipto, añadiendo el redactor posterior que habían muerto antes en Canaán. Se nombra a los hijos de José, que ya estaban en Egipto, y se da la lista de los hijos de Benjamín, a pesar de que, cuando bajó a Egipto, era aún un niño.

Todo esto indica la yuxtaposición de datos posteriores de un genealogista, adaptados por el autor6. Se dice que el total de descendientes de Jacob que bajaron a Egipto son 70 personas, número convencional7. Pero en el v.26 se dice que son 66, cifra que se obtiene restando los dos hijos de José, éste y los dos hijos de Judá por Tamar (Er y Onán), muertos en Canaán. También es artificial el número de hijos y nietos de las esposas de Jacob, pues a Lía se le atribuyen 32, y a su esclava 16 (la mitad), y a Raquel 14, y a su esclava siete (la mitad). Los LXX traen 75 nombres, añadiendo otros cinco hijos de José8. En el v.27 se habla de nueve hijos de José según los LXX. Todo esto indica el carácter artificial de las listas, que han sido retocadas conforme a criterios selectivos diversos9.

Encuentro de Jacob con José (28-34).
28Jacob había mandado delante de él a Judá para que se presentase a José y se informase acerca de Gosén; y, llegado a la tierra de Gosén, 29hizo José preparar su carro, y, subiendo en él, se fue a Gosén al encuentro de Israel, su padre. En cuanto le vio, se echó al cuello, y lloró largo tiempo sobre su cuello. 30Israel dijo a José: “Ya puedo morir, pues he visto tu rostro y vives todavía.” 31José dijo a sus hermanos: “Voy a subir a dar la noticia al faraón: Han venido mis hermanos y toda la casa de mi padre, que estaba en la tierra de Canaán. 32Son pastores y tienen rebaños de ovejas y bueyes, que con todo lo suyo han traído consigo. 33Cuando el faraón os llame y pregunte: “¿Cuál es vuestra ocupación?,” 34le diréis: “Tus siervos somos ganaderos desde nuestra infancia hasta ahora, nosotros y nuestros padres”; para que habitéis en la tierra de Gosén, porque los egipcios abominan de todos los pastores.”

Jacob envía a Judá para explorar el camino y territorio de Gosén con vista a instalarse en él pacíficamente10. Quiere advertir a José de la próxima llegada para que tome las medidas pertinentes, de forma que no encuentren dificultad en su instalación pacífica. José le sale al encuentro en su carro de gobernador de Egipto para dar satisfacción plena al anciano al verle gozar de tan alta dignidad. Al encontrarle, se echó a su cuello y con lágrimas le abrazó efusivamente.

José aleccionó a sus hermanos para que se presenten al faraón y digan que son “ganaderos” y no “pastores” o nómadas, que son despreciados por los egipcios, como bárbaros y gentes que viven de la espada y la razzia.
         ¿Cuándo bajaron los hijos de Jacob a Egipto? Podemos suponer que su emigración tuvo lugar durante el dominio de Egipto por los reyes hicsos, es decir, hacia el siglo XVII-XVI a.C. Sabemos que los reyes hicsos tenían su residencia en Avaris, junto a la frontera oriental del Delta, lo que se compagina bien con el relato bíblico, que presenta a los hijos de José cerca de la corte del faraón. La tradición que hace a José contemporáneo del rey Apopis es muy verosímil.”11 Como hemos indicado antes, los reyes hicsos favorecían a los asiáticos, y así se hace más inteligible el encumbramiento de José.


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